“RUBEN DARÍO” (Relato)
Entre tantas actividades recreativas, libres y espontáneas que solíamos realizar de niños en el barrio, una clásica, era la carrera de bicicletas en la vuelta de la manzana. Claro, no había prácticamente tránsito peligroso en aquellas calles de balastro, era bastante seguro.
Otras veces, salíamos de ruteros por la ruta ocho, cuando nuestros padres nos dejaban ir hasta el Paso de la Arena a bañarnos en sus playitas y traer pitangas, que ahí abundaban, para dejar macerar y hacer licores.
Hacer esas carreras era inspirado por la cercana presencia del circuito de la ciudad, en los torneos de la competencia local e inter departamental o pasajes de la Vuelta Ciclista del Uruguay o Rutas de América. Siempre alguna avenida cercana a nuestro barrio era designada para alguno de esos eventos.
Entonces, allí estábamos, viéndolos pasar en el esfuerzo, vibrando con su empuje y sacrificio, emocionándonos con las sirenas de las motos y de los autos fiscales de la competencia, con los relatos apasionados que se escuchaban en las radios “portátiles”.
Era la época en Melo, de los hermanos ciclistas “Pecosos” Gadea, Rubén, Walter y Gregorio o de Julio Leiva, entre otros, que llegaron a competir en las máximas pruebas de ruta de nuestro país.
Éramos verdaderos proyectos de ciclistas y sabíamos de escaleras, cerrar escaleras, escaparse, perseguir, tirar al frente del pelotón, no tirar y desgastar al otro, sabíamos de lo que veíamos en temporada de torneos todos los fines de semana.
Pero hubo algunas competencias que nos generaban una gran expectativa. Eran los torneos del este, de selecciones departamentales, de eliminación para los torneos nacionales. Allí, se reunían los mejores de cada departamento de la zona, Cerro Largo, Treinta y Tres, Lavalleja, Maldonado, Rocha, se hacían presentes.
La cercanía hacía que después de nuestros deportistas, los que más conocíamos eran los del equipo rojo de Treinta y Tres, pues ellos venían a menudo a Melo a competir por equipos o individualmente, en ruta o circuitos callejeros. Tenían un gran ciclismo, donde se destacaban Miraballe y la figura, el mejor de todos, el que tuvimos la suerte de ver ahí, así de cerca, Rubén Darío, el flaco pura fibra. El que llevaba el nombre del gran escritor, ¡como que sus padres hubieren apostado todo a ese nombre!
Si hubo un deportista de ley, que cuando se entregaba y sacaba lo mejor de sí, te sorprendía haciendo lo inesperado en comunión con su bicicleta, ese fue Rubén Darío. Sí, hacía sentir que el ciclismo también era poesía.
El flaco, era pura energía, dominaba todo en una competencia, era líder para los suyos y les daba tal seguridad, que todos eran mejores con él. Por esos tiempos ganarle a Treinta y Tres, era un verdadero triunfo para otras selecciones.
Sus dotes pasaban por una técnica espectacular, un pedaleo seguro, redondo, infernal cuando se lo proponía. Táctico por excelencia y una ascendencia psicológica sobre todos los competidores, es decir, si competía, crecían anímicamente sus compañeros y seguramente decaían los rivales, por lo menos entraba la duda, ¿cómo hacer para ganarle?
Por todo esto, nuestra motivación, nuestras ganas de ser ciclistas en aquellas nuestras carreras de infancia.
Por ese entonces circuló en Melo, la versión de que Rubén Darío había comentado de que su meta era participar y ganar la Vuelta Ciclista del Uruguay y que si lo lograba se retiraría del ciclismo en ese instante.
Pensamos (en verdad los mayores nos comentaban esto) que era razonable, pero que tenía mucho para brindar al ciclismo, que quizá podía ganar y volver a intentarlo, ¿por qué no?
Sabido es de lo sacrificado y el desgaste enorme que implica a los deportistas, entrenar, solventar todo lo que significa el cuidado especial de las máquinas, poder tener todo previsto para las competencias y poder permanecer en cierto nivel competitivo. Sobre todo a muchos ciclistas del interior del país, que no encuentran el apoyo suficiente y muchas veces desisten de seguir intentando.
A todo esto (en los inicios de los setenta), Rubén Darío se presentó a la carrera de ruta, la máxima de nuestro país, donde muchos hicieron historia. Ahí estaba él, para enfrentarse a los mejores de todo el país y a los equipos extranjeros que nos visitaban y que siempre eran de temer, por su otro nivel de entrenamiento, apoyo y poderío económico.
Estuvo siempre en la foto de los de avanzada. La corrió tácticamente excelente, los ganadores de etapas se sucedieron, cambiaban, pero a sus espaldas, él estaba. Sin ganar una etapa, su paso firme y decidido, lo hizo el mejor tiempista de todos y llegó al velódromo de Montevideo, triunfador, alzando los brazos en medio del pelotón principal que punteaba la carrera.
Su sueño se había cumplido, él lo hizo realidad, lástima que se retirara pronto.
Mucho antes de este hecho, en una noche calurosa de verano, hubo competencias de circuito en el centro de Melo.
Allá fuimos con unos compañeros del barrio a presenciar la misma. La selección de Treinta y Tres estaba presente, Rubén Darío estaba presente.
Como siempre, las primeras vueltas fueron de estudio y casi de calentamiento. No pasaba mucho. Luego, la intensidad comienza a crecer y hace que quienes no estén bien preparados queden a la cola del pelotón o pierdan rueda del mismo, así, el pelotón se hace selectivo.
Rubén Darío, como siempre, controlaba todo, una escapada, allá saltaba él, le daba caza a los oportunos punteros de la competencia, que por lo menos se hacían nombrar un rato en el relato radial y los traía de nuevo al pelotón. Salvo que el que se escapara del grupo mayoritario fuera un compañero de equipo, ahí, que se desesperaran los rivales.
Así fue transcurriendo la carrera, hasta que promediando la misma, cuando el grupo pasó frente a nosotros, la sorpresa. Las acciones eran comandadas por otros, ¡Rubén Darío no estaba!
El ritmo de carrera parecía infernal, pues, aprovechaban la situación de que el crack había tenido un percance ¡y querían dejarlo bien lejos!
Calculamos que habría pasado media vuelta de circuito para los de avanzada, cuando uno de nuestros compañeros gritó - ¡Allá viene...!!
Ante la mirada atónita de todos, no pudiendo creer lo que veíamos, Rubén Darío hacía su esfuerzo en una bicicleta de paseo, común y corriente, ¡hasta con el canasto para los mandados o de reparto!
Sí, ahí estaba, se le había roto su bicicleta en algún tramo del circuito y algún “arachán” le había prestado su bicicleta.
Se llevó los aplausos, los gritos de aliento, el premio a su esfuerzo, de parte de la gente que no era su parcial, él era el visitante.
Instantes después, volvió a pasar el grupo mayoritario, haciendo sacudir el aire y la transpiración, en el afán de ampliar ventajas. Salvo los “olimareños”, que intentaban solucionar el problema a su líder.
El desparramo de ciclistas en el circuito fue grande, los que no aguantaban el ritmo se fueron quedando.
La expectativa y preguntas en todos nosotros era, ¿qué habría pasado?, ¿qué resolución técnica táctica habría en el equipo de Treinta y Tres?
Una vez más aquel grito, entre desesperación y alegría,
-¡Allá viene...!
Esta vez fueron muchas voces a coro, cuando lo vieron aparecer luego de una curva del circuito.
Algo había cambiado, venía en una buena máquina de carrera (aunque sus dimensiones no eran apropiadas a su morfología, digamos que le quedaba algo chica, pero con ella culminó la carrera), un compañero de equipo había abandonado la competición para proporcionarle la misma. Esa, era la sabia decisión técnica.
Su paso sí que era infernal, ya traía consigo a algunos rezagados que se animaban a acompañarlo en la persecución. Sin importar el color de camiseta, se ayudaban.
Vuelta tras vuelta, en esas finales, Rubén Darío devoró metros y los relatores y nuestros ojos, medían en tiempo y en distancia, la cada vez más cercana presencia del “olimareño”, a la cola del pelotón de punta.
Todos nos olvidamos de los colores, de dónde pertenecíamos, pues él, con su demostración de entrega, de determinación, nos estaba mostrando de qué se trataba este deporte.
En la campanada que avisaba a los corredores que ese era el último giro al circuito, él ya estaba ahí, en el pelotón de punta y a nuestro entender, parecía que descansaba en el medio del mismo dejándose llevar por la inercia de aquel montón de ruedas cercanas.
No hubo intentos de fuga, parecía que todos los otros también conservaban energía, luego del desgaste que significó tratar de deshacerse del capitán “olimareño”, algo que fue infructuoso. Todos decidían decidir en las últimas cuadras.
Algunos ciclistas que habían abandonado la carrera, eran espectadores cerca de la línea de llegada, al igual que nosotros. Ahí estaba por ejemplo, el compañero de equipo de Rubén Darío, que se había bajado de la competencia para ofrecerle su bicicleta y se lo veía con una expectativa bárbara.
Voces lejanas de aliento y palmas a los corredores, nos pusieron alertas, sobre los cordones de las veredas. ¡Un tubo humano!
Los ciclistas, despuntaron en la curva lejana de ese horizonte nocturno.
Unos cuatro ciclistas se habían despegado. Dos y dos a cada lado de la calzada, casi rozándose con la gente y en un andar endemoniado.
Pero ninguno era él. Él traía, pocos metros más atrás y por el centro de la calle, a parte del grupo que pudo sostener tal envión final en la competencia. Pero que no pudo mantenerse a rueda del crack, cuando en uno de esos instantes en que el deporte se une a esa magia de las cosas bellas y te pone la piel de gallina, Rubén Darío, en una embalada, en un esprint fenomenal, encontrando un plus de energía en lo mas íntimo de su ser, en los últimos cien metros dio alcance al cuarteto y como pidiendo permiso se les coló por el medio y se les impuso por una bicicleta sobre la bandera a cuadros y la raya final!!
¡La algarabía fue total!
¡Todos festejábamos aquella verdadera hazaña, todos lo vivaban, sus compañeros de equipo lo desaparecieron entre sus brazos!!
¡Sí, desde aquellos momentos, desde aquellas jornadas en Cerro Largo, sabíamos que aquel vecino fantástico de Treinta y Tres, iba a ganar cuando se lo propusiera, la Vuelta Ciclista del Uruguay!
A Rubén Darío Mesones
(Enero de 2008)
Fredy Wilson Acosta Techera
PD: publicado en revista Barbaridad, (suplemento del diario El Profesional), nùmero del 2 de octubre 2021, Melo, Cerro Largo, Uruguay