Intentaba una y otra vez con la pelota de plástico, que me saliera la llamada “bicicleta”, una de esas difíciles habilidades con el balón, que veía hacer a algún jugador de primera o a algún compañero hábil del barrio.
Era uno de esos días en que ya hecho los deberes escolares domiciliarios, salía a la vereda o a la calle de tierra con la pelota. Los compañeros habituales todavía no aparecían a jugar, entonces, probar, repetir, repetir, en compañía de la “redonda”, me hacía consumir minutos, horas.
¡Hasta que al fin, el enganche con el taco del pie izquierdo, hizo que la pelota viniera desde atrás, por encima de mi cabeza y la recibiera adelante!
¡Fue un instante maravilloso...de éxito!
Un logro de una habilidad motriz algo compleja, para un niño de ocho o nueve años, promueve un sin fin de sensaciones internas de felicidad, una elevación de la autoestima.
-¡Muy buena...“Cococho”...! escuche sorprendido, cuando ya me aprestaba a intentar repetir la hazaña. Mire hacia donde provenía esa voz y era la de un vecino que me había estado observando, desde la puerta de su casa. Había visto mi duelo con la pelota, mi empecinamiento en obtener ese logro, ese pequeño gran triunfo.
Había elegido decirme un apodo que en ese momento era muy conocido, era de uno de los ídolos del momento, jugaba en el club del cual yo era hincha. Era uno de los grandes defensas del Nacional de Montevideo.
Él era alto, moreno y con las piernas en equis, tanto, que parecía que al correr, en cualquier momento haría chocar sus rodillas.
Su estatura lo hacía bueno y ganador en el juego aéreo y sus zancadas le permitían cubrir rápidamente mucho terreno. Tenía además, muy buena técnica.
Su imagen se repetía en los diarios y revistas deportivas y por mucho tiempo apareció en las figuritas con la camiseta tricolor, así como con la celeste de la selección “charrúa”. Tan solo su apodo bastaba, para ser mencionado y reconocido en los relatos radiales de los partidos de fútbol.
Una vez fue invitado a participar de una selección del planeta para enfrentar a la poderosa Inglaterra, allá en su tierra, donde dieron nacimiento a este bello deporte.
“Cococho” visitó las islas británicas para ese amistoso futbolero y en el emblemático estadio de Londres, cautivó a todos con su juego y fue rebautizado por los británicos con otro apodo, ¡”Míster Wembley”!
Yo era muy flaco, apenas la piel por encima de los huesos y largo para mi edad. Mis piernas dibujaban ya un rombo.
Apenas llegaban los primeros días de verano, mi piel recibía los rayos solares, que me tostaban rápidamente sin pedir permiso.
Tal vez reflejé al jugador por mi tez, tal vez por ser largo y jugar de defensa en el fútbol infantil o de barrio, por ser hincha tricolor o simplemente fue un premio a mi persistencia.
Como todo pasa, los jugadores pasan y tiempo después “Cococho” pasó. Ya no estaba en las figuritas, ni en los diarios o revistas, ni era nombrado en los relatos radiales. Sí, se lo recordaba en el barrio, en cualquier charla futbolera y se opinaba lo buen jugador que había sido y su adhesión incondicional a la camiseta de Nacional de Montevideo. Pero por un tiempo no supe de él.
Un buen día, se anunció en las radios de nuestra ciudad y fue el comentario callejero y en nuestras casas, que el club de fútbol Conventos de Melo, haría la contratación de una estrella, ¡“Cococho” Alvarez vendría a jugar para su equipo!
La expectativa fue enorme, allí estábamos con compañeros o la familia, en los partidos del torneo local, para verlo jugar y sorprendernos con su exuberancia física y técnica
y su veteranía, que lo hacía adivinar cada jugada y anticiparse para resolver fácil.
Allí estaba él, ahora jugando por un equipo que era rival del cual yo era hincha en lo local, pero yo aprendía a jugar observándolo.
Todos hablaban y comentaban de lo buena persona que era, humilde, sencillo, un caballero.
Duró una temporada su presencia por nuestro pago y otra vez le perdí el rastro.
Hubo comentarios de que era chofer particular, de que había estado fuera del país trabajando o jugando fútbol, de que trabajaba detrás de un mostrador en algún comercio conocido de la capital. Hubo comentarios, hubo recuerdos, hubo tiempo pasando inexorablemente.
Increíblemente el destino quiso que yo llegara a ponerme aquella gloriosa camiseta tricolor, la misma que tanto había querido “Cococho”, pero no exactamente de defensa, sino que todo lo contrario, mi evolución me llevó a ser un atacante.
En la sede del club, recorría los pasillos mirando los trofeos, las grandes fotografías de los grandes equipos y entre tantas estrellas, allí estaba él, sobresaliendo con su estampa morena.
Mucho después, ya lejos de aquellos pasos futboleros como jugador y habiendo abrazado la carrera de profesor de Educación Física, me encuentro con una nota al crack, una entrevista, donde cuenta parte de su historia, donde analiza y compara el fútbol de hoy y el que le tocó vivir a él. Pero que además hace un comentario de su actual existencia, donde sobrevive apenas de una pensión y del apoyo de su familia. ¡Él, que dio todo por una camiseta, que llenó de fútbol el estadio Centenario, que llenó de fútbol el estadio londinense de Wembley, entre los mejores del mundo!
Pensar que hoy algún pibe con escasas condiciones técnicas y tácticas, un video y un buen “padrino”, llega a solucionar su vida económica futura, sin siquiera trascender para nada en el fútbol.
Pensar que muchos “Cocochos”, a los cuales debemos buena parte de nuestra historia futbolera, se debaten en la pobreza y sobreviven como pueden.
No hace mucho, mis pasos me llevaron a tomar un ómnibus para regresar a mi casa, luego de mi trabajo, llegué hasta una parada en la avenida Rivera, frente al zoológico municipal. Mientras ahí esperaba, mi mirada me llevó hasta un señor mayor, moreno, alto y desgarbado, detrás de unos pequeños lentes para ver mejor, que estaba sentado en el descanso de una ventana sobre la vereda, al cual todos lo saludaban o incluso se detenían a cruzar unas palabras o algún coche u ómnibus le saludaba con su bocina. Era él.
¡Era Míster Wembley!, ahí cerquita de mí, humilde como siempre dijeron que era, saludando a todos, sonriéndole a todos. Era él.
Sí, otras veces lo he visto en la misma situación, como viéndolo ver la vida pasar y recibiendo el mayor premio que se puede tener, que es el cariño y reconocimiento de la gente, que más se puede pedir.
Solo lo he observado desde cierta distancia y recuerdo lo que fue para mí, incluso el apodo que me gané por un pequeño instante, no me he atrevido a saludarlo, a presentarme, no lo he querido interrumpir y contarle o preguntarle algo de sus mil batallas en el campo de juego. No, todavía no he querido hacerlo.
A Emilio “Cococho” Alvarez
(Febrero 2008)
Fredy Wilson Acosta Techera
Relato publicado en Revista NEXO SPORT Nº 303 (página 36),junio 2008, Montevideo, Uruguay.
PD: Poco antes de que terminara el año 2008, sí, me presenté personalmente, tomé coraje. Allí estaba, en una charla con un parroquiano, mientras el sol primaveral llegaba a la vereda de su casa.
Me presenté y le entregué la revista que publicó este relato sobre su persona, a manera de homenaje, le dije.
Crucé unas palabras, lo escuché en algunas anécdotas y me agradeció el regalo, comentando – “…esto lo voy a leer cuando me meta en la camita…”, así de simple.
Me pareció un gran hombre y percibí su tristeza por algunos sinsabores que comentó le dejó el fútbol y su Nacional.
Quién diría, su Nacional, a quien defendió en 511 oportunidades, récord en la institución que quizá ningún otro pueda alcanzar.
PD: Tristeza Nacional, hoy me he enterado que falleció “Cococho”, hoy 22 de abril de 2010. Me invadió la tristeza.
¡Estarás en el recuerdo! ¡Hasta siempre CAMPEÓN!